No hay nada más aterrador que una noche llena de pesadillas. Cuando los sueños se tuercen hacia el lado oscuro, el realismo de éstos puede ser tan desagradable como inquietante y desesperante, de manera que la mente del durmiente se enfrenta a sus peores temores sin poder remediarlo. El cine se ha hecho eco habitualmente de este tipo de experiencias en las que no queda claro dónde está la línea que separa la realidad de la ficción, el sueño apacible de la pesadilla mas demoledora, y quien las sufre se sumerge en un oscuro pozo que le hace sufrir.
Las pesadillas son respuestas emocionales que se producen en mitad del sueño y producen angustia y desesperación a quien las sufre. Su aparición se da en la fase profunda del sueño que es el momento en el que nuestra mente se sumerge en el estadio en el que los sueños se vuelven mas realistas, por lo que nos afectan intensamente. Las consecuencias de una pesadilla van desde la ansiedad al pánico, pasando por la aceleración del corazón, la alteración corporal general e incluso reacciones físicas como los gritos o el sobresalto. Si estas pesadillas son recurrentes, el sujeto puede entrar en una espiral de daño psicológico que se transmite al resto del día, con cansancio y temor de que al dormir regresen.
Pero ¿sabemos por qué se producen estas alteraciones del sueño? En algunas personas son sencillamente una respuesta de la mente a una situación que le ha producido un trauma. Los recuerdos de esa experiencia quedan anclados en nuestro interior y se produce una respuesta en forma de pesadilla que nos atormenta durante las madrugadas. Otro factor que induce a tener pesadillas es la ansiedad o el nerviosismo ante un hecho por suceder o por un cambio en los hábitos de vida habituales, que nos produce miedo o inseguridad y se traduce en estos terrores.
Los terrores nocturnos son muy habituales en niños, a los que las experiencias diarias afectan especialmente y tienen su consecuencia durante la noche en forma de tensiones inconscientes. También los adolescentes son propensos a las pesadillas, disminuyendo su frecuencia a partir del cuarto de siglo de vida y reapareciendo tras los 50 años. En todos los casos, la ayuda de un profesional puede ser muy útil para convivir con estos problemas. Son situaciones recurrentes en una pesadilla las caídas al vacío, las persecuciones diversas, agresiones o la muerte. Para mantenerte lejos de estos sueños traumáticos comprueba si son recurrentes y si es así pide ayuda de un especialista. No pierdas la calma y recuerda que solo se trata de un sueño. A la hora de dormir, procura que tu entorno sea cómodo, incluyendo el colchón, y relajante, sin elementos crispadores y sin ruidos.
Hay también factores físicos que pueden influir en nuestras pesadillas, como un colchón inadecuado, una respiración dificultosa, la temperatura excesiva o muy baja de la habitación, ruidos externos que nos irritan o dormir en una casa extraña, entre otras. Las consecuencias de una enfermedad, la fiebre o la medicación también son malas compañías de cara al sueño. Todo ello puede llevarnos a una situación de angustia que acaba reflejándose en los sueños de manera negativa y preocupante.
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